Abraham Laria me sorprendía hace un tiempo con un excelente post titulado “Un chico afroamericano de 15 años sabe vender mejor que tú”. Un título provocativo que hace que no tengas más remedio que clicarlo y leer el post!
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Pues ésta es mi réplica:
Hace unos meses mi hijo, que entonces contaba con 4 años de edad, tal y como viene ocurriendo cada aproximadamente 15 días desde que va al colegio, se encontraba enfermo con tos. Me dispuse a darle su medicina, no sin antes advertirle que debía tomársela toda, sin escupirla ni derramarla, pues el frasco se estaba terminando y teníamos que acabar el tratamiento.
Preferí que mi mujer se encargara de la ardua tarea, ya que es un medicamento de mal sabor y ella tiene más mano para estos quehaceres. Por miedo a que incluso ella no tuviera éxito en tamaña empresa opté por un pequeño soborno y le dije a mi hijo que si se tomaba bien el medicamento tendría un premio.
El resultado fue ver a mi mujer empapada en el líquido elemento mientras el susodicho enfermo gritaba como loco.
En ese momento y justo antes de soltar un disparate apliqué todas las técnicas adquiridas en mis numerosos viajes por la India, Tibet, Nepal y otros tantos lugares del lejano oriente. Al instante me vi a mi mismo envuelto en una túnica blanca resplandeciente como el sol, el viento cálido ondulaba sus pliegues y mi cuerpo levitaba desplazándose de un modo armonioso por encima de montañas, valles, lagos y océanos hasta detenerse en un jardín de piedras con pequeños montículos y formas y paisajes suaves y redondeados, que invitaban al reposo y la meditación.
Cogí un rastrillo de madera y me desplacé al centro de tan hermoso jardín, donde comencé a crear nuevas formas, lo cual me llenó de gran placer y tranquilidad. Ommmmmmmm.
Fue en ese momento cuando mi querido vástago me trajo de vuelta a la realidad diciéndome:
¿Tengo premio Papá?
¡Valiente malandrín! Ni que decir tiene que la meditación ya no me sirvió de nada y solté uno o más disparates en una borrachera de descontrol.
Cuando me calmé y reflexionando un poco sobre lo acontecido, me di cuenta que al fin y al cabo mi hijo no había dicho nada raro. Es verdad que había hecho justo todo lo contrario de lo que se le había pedido, pero ¿acaso no han hecho eso mismo los banqueros y demás personajes del mundo financiero? Han hecho todo mal y les han dado todo lo que han pedido, despidos millonarios y más. Quizá mi hijo va para banquero.
Pero, ¿qué pasaría si yo en un arrebato de locura accediera y le diera un premio por su mala acción?
Si por ejemplo le diera un “donuts” de chocolate, puedo imaginármelo limpiándose su chocolateada cara en la tapicería del sofá y diciéndome: